Cara de Domingo

Hay una poeta que lleva mi nombre. O yo llevo el de ella porque seguro que es mayor que yo. Lo digo porque habla de cosas serias. Y las cosas serias, son cosas de grandes.
Ayer leí El Principito de nuevo. Dicen que cada vez que uno lo lee, lo interpreta diferente. Iba camino a Agua de Oro. Sólo llevaba un libro, el mate y unas cuantas frutas que compré en el camino. Fui sola, como grande. Me reía porque estaba perdida, como niña.
Empecé a caminar en busca de un lugar para quedarme. Algún lugar medio planito para poder acostarme a leer, estar tranquila. Poner la mente en blanco o, al menos, en gris. Se supone que para eso tenía que buscar un lugar desolado, lejos de los chicos que gritaran y del olor a asado. Pero no. El día estaba bárbaro y se llenó. Cada vez llegaba más gente. Muchas veces como grandes, nos sentimos capaces de bancarnos todo sin nadie que nos ayude. Y no, inevitablemente estamos rodeados.
A pesar de que el sol partía hasta las piedras, cuatro hermanitos se la pasaron alrededor mío, me salpicaban con agua, con jugo. Gritaban. Y me reí. Posta, fue más divertido de lo que creía. Eran demasiado ocurrentes con lo que decían. Y fui niña, como ellos. Uno de los nenes me miraba mucho mientras comía chocolate. Pero mucho. Me puse a su altura y yo lo miraba mucho también. En un gesto de tregua, le convidé una barrita de mi Águila. Y el me regaló una sonrisa hermosa, con pocos dientes y silenciosa. Como grandes que nos creemos, no queremos estar a la altura de ninguna situación, nos pone incómodos, no nos sale. Como niños, todo es un juego y está buenísimo.
El sol bajó un poco. Se respiraba cosas lindas. La antena del celular no funcionaba así que no había distracciones. Sólo el ruido del agua y de las familias felices. Las familias son felices los domingos. Las caras de los lunes quedaron con las cenizas, ahí en el asador.
Volví a la terminal, dejé El Principito para que alguien se lo lleve. Dicen que cada vez que uno lo lee, lo interpreta diferente. Y quiero que ese alguien lo sienta como yo lo sentí hoy.
Llego a casa queriendo ser niña para tener “cara de domingo” durante toda la semana. Y las semanas que se vienen. Que la viveza y la dureza de los grandes esperen. Todavía puedo mantener un pie en la tierra y el otro en el cielo. Cielo que está lleno de sonrisas, con pocos dientes e inocentemente, silenciosas.

Casi enero 10

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