Cartas para Emanuel I

F de Fábrica

Nací y crecí entre fábricas. Soy la mínima expresión del progreso al estar sumergida dentro de un inmenso parque industrial de esos que no frenan ni un momento.
Cuando era más chica era la promesa productiva por fabricar tantos sueños. Había exceso de oferta. La curva llegaba hasta el cielo. Esa fábrica aún sigue en pie, sólo que funciona por temporada, como los helados o el café. O como las flores.
Mis nonos por ejemplo, son la fábrica suprema de recuerdos. Hasta pienso que con los años formaron un terrible monopolio. Sólo que ninguna ley puede contra ellos. Crecen con cada foto y con cada cosa que les pido. ¿Quién dice que Dios existe? Mi nono es mi dios. Él es el único capaz de contar cada detalle de mi vida, cada misterio y “ganas de”. Shh, por acá no.
La familia, fábrica inquebrantable. Los amigos, simplemente, me fabrican los días. Siempre pienso que somos un sinnúmero de máquinas que caminan por la calle moldeando realidades. Y tenemos miedo. Y más miedo me da saber que lo tengo, creyéndome tan fuerte y tan invencible a veces. Mi competencia más directa, bien sé, soy yo.
Pero hay una fábrica que no me deja dormir y no por ruidosa sino por lo increíble que es. Jamás pensé que se iba a poder crear la fórmula del producto perfecto. Ni la de la Coca es capaz de superarla, porque la Coca sirve sólo para saciar la sed. Esta que te digo, sirve para vivir. Y no exagero. Pongo todos mis ahorros para que las acciones coticen hasta en la bolsa del cielo, como cuando era chiquita. Porque estoy en temporada alta y no hay vuelta que darle.
Su boca crea la materia prima que se necesita para comenzar.
Sus ojos hacen el proceso productivo más mágico aún.
Su piel envasa todo eso que me enloquece y sus dedos son como tornillos que encajan justo en el lugar más perfecto para que todo funcione mejor de lo que imaginamos.

Si la gente se enterara de nuestra fábrica, haríamos millones.

Diciembre 09

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